
"A finales de 1935 Manuel Chaves Nogales dio forma autobiográfica de forma deliciosa y perdurable a los recuerdos del genial trianero que había revolucionado veinte años antes el arte clásico de torear. Nacido en 1892, la infancia de
Juan Belmonte, matador de toros, está marcada por el clima de los barrios populares de Sevilla, y su adolescencia, por la ambición de fama y el propósito de emular las hazañas de Frascuelo y Espartero. El secreto de su tauromaquia puede rastrearse en sus duros años de aprendizaje, en sus incursiones nocturnas y clandestinas por cercados y dehesas. A partir de 1913 -fecha de su alternativa- y hasta 1920 -cuando Joselito muere de una cornada en Talavera- su biografía queda inmersa en la más apasionante rivalidad de la historia del toreo: toda España es o gallista o belmontista"
Para los amantes de la buena literatura, sin más adjetivos, es un libro que se lee de un tiron casi sin respirar...
fragmentos
«Dentro de dos horas es de noche»
A primeros de octubre tuve que cambiar de vida. Yo me-
tía muy a gusto en aquel mundo arbitrario y divertido en _
iba aprendiendo a vivir; pero no podía olvidarme de que
el torero que más emoción y curiosidad había despertado
España. El doctor Serrano me dio de alta, y volví a tore
unas cuantas novilladas antes de tomar la alternativa. _
entonces cobraba hasta seis mil pesetas por corrida. De .:
té en ]erez, donde me encontré después de la corrida mez-
do en una de esas juergas escandalosas de Andalucía,
flamencos, mujeres borrachas y guardias que interviene;
Empezaba a disgustarme el estilo clásico de la vida del tore-
ro. Toreé después en Sevilla, Toledo, Orihuela, Alicante
Valencia y Granada, ganando en estas corridas unas
cuenta mil pesetas.
El 16 de octubre volví a Madrid a tomar la alternativa --
matador de toros. Alterné con Machaquito y el Gallo. F - pg168
16. El miedo del torero
El día que se torea crece más la barba. Es el miedo. Senci-
llamente, el miedo. Durante las horas anteriores a la corri-
da se pasa tanto miedo, que todo el organismo está con-
movido por una vibración intensísima, capaz de activar las
funciones fisiológicas, hasta el punto de provocar esta ano-
malía que no sé si los médicos aceptarán, pero que todos los
toreros han podido comprobar de manera terminante:
los días de toros la barba crece más aprisa.
y lo mismo que con la barba, pasa con todo. El or-
ganismo, estimulado por el miedo, trabaja a marchas for-
zadas, y es indudable que se digiere en menos tiempo, y se
tiene más imaginación, y el riñón segrega más ácido úrico,
y hasta los poros de la piel se dilatan y se suda más copio-
samente. Es el miedo. No hay que darle vueltas. Es el mie-
do. Yo lo conozco bien. Es un íntimo amigo mío.
La mañana del día de corrida, cuando todavía está uno
dormido, viene el miedo cautamente y, sin hacer ruido, sin
despertamos, se instala a nuestro lado en la cama. Cuando
el torero se despierta es su prisionero. La noche anterior, al
acostamos, anduvo ya rondándonos, pero con un poco de
imaginación y buena voluntad no es difícil espantarlo. Yo
me duermo como un bendito las vísperas de corrida merced
214 MANUEL CHAVES NOGALES
a un arbitrio sencillísimo: el de ponerme a pensar en cosas
remotas que no me importen gran cosa. Como uno no tie-
ne una imaginación extraordinaria he llegado a construir
mentalmente una especie de película fantasmagórica, la
misma siempre, con la que distraigo la imaginación hasta que
me quedo dormido. Es una divertida sucesión de imáge-
nes, que me entretienen y me apartan de pensar demasiado
en el trance del día siguiente. Mi esperpento imaginativo me
hace el mismo efecto que la nana a las criaturitas.
Por la mañana, el efugio no es tan fácil. El miedo llega si-
gilosamente antes de que uno se despierte, y en ese estado
de laxitud, entre el sueño y la vigilia, en que nos sorprende,
se adueña de nosotros antes de que podamos defendemos
de su asechanza. Cuando el torero que ha de torear aquel
día guiña un ojo al ras de la almohada y le hiere la luz de la
mañana que se filtra por las rendijas, es ya una infeliz pre-
sa del miedo. El mozo de espadas, encargado de desper-
tarle, lo sabe bien. Si no hay grande hombre para su ayuda
de cámara, ¿qué torero habrá que sea valiente a los ojos de
su mozo de estoques?
Acurrucado todavía entre las sábanas, con el embozo su-
bido hasta las cejas, el torero empieza su dramático diálo-
go con el miedo. Yo, al menos, entablo con él una vivísima
polémica.
No sé lo que harán los demás toreros. Al miedo yo le
venzo o, al menos, le contengo a fuerza de dialéctica. Es un
diálogo incoherente, como el de un loco con un ser sobre-
natural.
«Ea, mocito -me dice el miedo, con su feroz imperti-
nencia, apenas me he despertado -: a levantarte y a ir te a
la plaza a que un toro te despanzurre.»
«Hombre -replica uno desconcertado-, yo no creo qu
eso ocurra ... »
EL MIEDO DEL TORERO 215
«Bueno, bueno , reitera el miedo-; allá tú. Pero yo, que
soy tu amigo de veras, te advierto que esto que haces es
una temeridad. Llevas demasiado tiempo tentando a la for-
tuna..
«No todo es buena fortuna. Yo sé torear,»
«A veces los toros tropiezan, ¿no lo sabes? ¿Qué necesi-
dad tienes de correr ese albur insensato?»
«Es que como ya estoy comprometido ... »
«jBah! ¿Qué importancia tienen los compromisos? El
único compromiso serio que se contrae es el de vivir. No seas
majadero. No vayas a la plaza.»
«No tengo más remedio que ir,»
«¿Pero es que crees que se hundiría el mundo si no fueses?»
«No se hundiría el mundo, pero yo quedaría mal ante la
gente ... »
«¿Qué más te da quedar malo bien? ¿Crees que dentro de
cinco años, de diez, se acordará nadie de ti ni de cómo has
quedado hoy?»
«Sí se acordarán ... Hay que vivir decorosamente hasta el
final. Me debo a mi fama. Dentro de muchos años los afi-
cionados a los toros recordarán que hubo un torero muy
valiente.»
«Dentro de unos años, a lo mejor, no hay ni aficionados
a los toros, ni siquiera toros. ¿Estás seguro de que las gene-
raciones venideras tendrán en alguna estima el valor de los
toreros? ¿Quién te dice que algún día no han de ser aboli-
das las corridas de toros y desdeñada la memoria de sus hé-
roes? Precisamente, los gobiernos socialistas ... »
«Eso sí es verdad. Puede ocurrir que los socialistas, cuan-
do gobiernen ... »
«¡Naturalmente, hombre! ¡Pues imagínate que ha ocu-
rrido ya! No torees más. No vayas esta tarde a la plaza. ¡Pon-
te enfermo! ¡Si casi lo estás ya!»
#16 Comentario por cubillo1934
04/03/2011 23:11
Será uno de los tuyos con todos los respetos para ti, Llamazares, y para Curiel.
La referencia a la pobreza del fallecido es insultante. Ya quisiera yo, licenciado en ciencias exactas y profesor de secundaria, disfrutar de una pobreza similar (parlamentario en dos legislaturas y de profesión: político). Debe de ser que sabiendo un poco de geometría no me trago lo de la geometría variable. No se nos escapa este artículo tuyo en memoria de Curiel y el que no escribiste en memoria de Marcelino Camacho.
Comprendo sentirse derrotado (yo lo estoy casi todos los días) pero cambiar de chaqueta par seguir "ejerciendo responsabilidades" (pobres) demuestra poca altura moral y elegancia política y, lo que es peor, una vida falsa que no sabe vivir más allá de la permanente necesidad de dar lecciones a los demás. Que os zurzan y lo reitero: viva Marcelino Camacho, que humíldemente supo retirarse, en la pobreza y con dignidad, a disfrutrar de los pequeños y privados ( a ver si os enteraís) placeres de la vida